Según la SGAE, un macrofestival es un evento que congrega a más de 10.000 personas (por jornada) y donde la música suena de forma continua durante un mínimo de 12h.
Pero además de un formato de espectáculo que mueve cientos de miles de personas cada año, un macrofestival es un modelo de negocio que con los años se ha convertido en una potente maquinaria que afecta al día a día de las ciudades donde se celebran y, dicho sea de paso, arrasa con los ecosistemas musicales locales. Parece que no es suficiente con la protección que algunos de ellos (ayudados por los ayuntamientos) ofrecen al pequeño formato ofreciendo pequeños conciertos por la ciudad o con el negocio que también supone para los vecinos afectados por el ruido que generan. Sus macroconciertos son lo más deseado por las masas y es inevitable que a los pequeños les queden solo las migas y que aquellos que se quejan, tengan que pasar por el aro de una forma u otra.
Con El Primavera Sound 2023 en Barcelona ha dado comienzo la temporada de macro festivales de música en España, uno de los países del mundo donde más eventos de este nivel se realizan, alrededor de 15 pero si hablamos de festivales de cualquier formato, la cifra asciende a casi 900. Su clima, su experiencia en la recepción de turismo lo convierten en un lugar privilegiado para celebrarlos. Sónar, Cruïlla, Arenal Sound, Vinya Rock, Mad Cool y un larguísimo etcétera. Fondos de inversión, cachés elevadísimos, guerras de patrocinadores y ayuntamientos… un choque de fuerzas alrededor de la música que no tiene freno y que da qué pensar y reflexionar.
Parece que el adn inicial del amor por la música se ha convertido en un negocio en el que, como sucede en el ámbito empresarial, cada vez menos manos poseen más festivales. Esto ha ocurrido con el fondo de inversión estadounidense Providence Equity Partners el cual ha adquirido una decena de festivales como el Arenal Sound, el Viña Rock o el FIB de Benicàssim.
El libro “Macrofestivales, el agujero negro de la música» (Nando Cruz, 2023) publicado por Península, habla precisamente de las cantidades de dinero enormes que mueve el sector y de que se han convertido en un evento central en la forma de consumir música. Innumerables escenarios, colas para todo (pulseras, tickets, barra, baños, etc), búsqueda constante de tus amigos, pantallas o solapamientos entre artistas que ponen a prueba los nervios de los asistentes ante la inmediatez del input sonoro constante y gente, mucha gente.
El conocido como primer macrofestival de la historia, el Woodstock, tenía solo un escenario (con la actuación de Jimmy Hendrix llegaron a congregarse la escalofriante cifra de 400.000 personas). Pero pese a tanta gente, cuando finalizaba la actuación de una banda, se producía un rato de silencio mientras preparaban el escenario para el siguiente artista y los asistentes descansaban sus oídos y socializaban comentando las actuaciones.
En el presente, eso es casi imposible. Si no se han solapado artistas que querías ver, tienes que correr hasta el escenario donde va a tener lugar el siguiente de tu lista de favoritos entre multitudes de gente yendo de un lugar a otro. Y es que el negocio obliga a no poder desaprovechar ni un instante de alquiler de los espacios y a un aprovechamiento del tiempo para que quepan el máximo número de artistas por día.
Un macrofestival es una peregrinación de masas y un experimento musical psicológico y sociológico único. Un lugar donde, como sucede en otros entornos como el del fútbol, gente desconocida se une en comunión ante un estímulo común. Pero también un fiel reflejo del sistema económico en el que estamos inmersos.
En las conversaciones informales sobre música, antes se hablaba de tiendas de discos, ahora de macrofestivales. ¿De qué crees tú que se hablará en unos años?
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